domingo, enero 11, 2009
Zanella: 60 años de Historias: LA MOTAZA
Por: Alberto Orlando Medina, de Puerto Iguazu
LA MOTAZA Finalizaba el año 1994, circunstancias de la vida me llevaron a Puerto Iguazú cuando esta era algo mas que un caserío con pretensiones, mi primer domicilio estaba en Barrio Belén a dos kilómetros y medio del centro; para la época, el transporte público y el estado de los caminos eran ¡Como mil! Buscaba trabajo como docente de matemática e informática, mientras tanto realizaba trabajos de reparación de computadoras; en ese momento Iguazú se caracterizaba por la cantidad de depósitos de harina, cebollas, manzanas, etc. para el mercado brasilero y el uso de computadoras recién comenzaba. Principios de 1995. en uno de estos depósitos vi una zanellita, sin manubrio, sin escape, sin faro, con la llanta delantera quebrada y con papeles, era, ES! una Fire Automix Due del año 1994 (ha dejado de ser automix), reparé la compu y cobré con la moto, la cual obviamente no pude trasladar. Pueblo chico, Corazón grande. Sin conocerlo fui a hablar con el único repuestero de aquel tiempo, Flory Motos quien a cambio de revisar su compu me fió un manubrio con manijas de freno y un escape, las luces no eran necesarias para circular de día y la llanta “aguantaba”, debo confesar que tuve ganas de devolverle las cosas y cargar la motito al hombro, pero… la ansiedad pudo mas. Volví al depósito, coloqué los repuestos, le sacamos común al Falcon de Eduardo, dueño del depósito y ex dueño de la Zanellita y así, con nafta seca ¡A casa! Allí comenzó el romance, la llanta fue cambiada luego de mucho andar, Flory tenía razón. poco tiempo después comencé a trabajar en una escuela y cambié de casa, me mudé a cuatro kilómetros del centro y para llegar a mi casa debía cruzar un arroyo en medio del monte con laderas de trescientos metros y pendientes de cuarenta y cinco grados por ambos lados, por supuesto de tierra y con un pequeño puente allá abajo, la Zanella encaraba los pozos y el barro con alegría, en cualquier condición, sol inclemente o lluvia refrescante, todos los días, en poco mas de una hora, me llevaba y me traía de la escuela y aún lo sigue haciendo, los sábados por la tarde íbamos a cancha de ejercito a jugar al futbol y el domingo alguna amiga o amigo nos invitaba a almorzar, la constante dado el clima eran los pozos y el barro y para superar este último le subí el guardabarros delantero, hoy sigo viviendo en la misma casa, sigo usando la misma Zanella (mi primer y única moto) pero el camino fue asfaltado, el guardabarros volvió a su posición original y el monte ha sido reemplazado por viviendas, ahora volvemos a casa a almorzar en algo mas de diez minutos. Y la Zanellita sigue escribiendo la historia. Una templada tarde de julio, volvíamos de jugar al futbol y circulábamos por un camino muy polvoriento en el cual se destacaba una latita de Coca Cola, no se si fui yo o la Zanellita, pero a alguno se le ocurrió pisarla, la latita “mordió” la rueda delantera y se trabó al llegar al guardabarros, el resultado fue una espectacular parada de manos y un aterrizaje forzoso en un mullido colchón de tierra colorada, varios días estuve cepillándome para quitarme la tierra de encima. Creo que la ocurrencia fue de ella y juro que la vi reirse. En la escuela donde comencé a trabajar pronto “pegué onda” con una maestra; y resultó tan fiel como la Zanella, hace once años seguimos pegados. Yo la visitaba en su casa por la tarde luego de la escuela, ella tiene un sobrino que en esa época contaba seis años y a quien no le gustaba la Zanella, tan poco le gustaba que le consiguió un pretendiente, amigo del padre, que tenía una motaza; ante la propuesta ella le respondió - ¿Cómo la de Alberto? - ¡Tiaaa, te dije una motaza! Y en ese momento la Zanellita perdió su nombre para convertirse en La Motaza. Hoy Nico vive en Posadas, tiene diecisiete años y cuando viene de visita a Iguazú me pide prestada la motaza para visitar a sus compinches. Continuará
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